jueves, 31 de julio de 2008

La llegada


Para los que no lo sepáis, hoy es mi santo, san Ignacio de Loyola. Me doy por felicitado. Muchas gracias!!

Pero vamos a seguir por donde lo dejamos, es decir, llegando a Marsella, a mitad de camino entre Madrid y Ludwigshafen.

La acogida de los hermanos de Marsella fue estupenda. Nos dieron de cenar y nos proporcionaron cama, ¡¡a unos 2 metros de altura!! Nos contaron su experiencia: 13 años de misión en la ciudad, difícil, con una situación muy parecida a la que nos habían contado de Alemania: la iglesia cada vez más débil, menos parroquias, menos comunidades. El seminario estaba aún por recibir la aprobación por parte del obispo. Aún así los muchachos estudiaban allí, había un rector, mujeres que ayudaban en la cocina cuidaban del lugar, etc.

Por la mañana temprano reanudamos nuestro viaje. ¡Que Dios bendiga a estos hermanos que nos han abierto su casa!

Y por fin, después de otro largo día de viaje llegamos a nuestro destino: Ludwigshafen. La ciudad del mundo donde es más difícil empadronarse… Pero esa es otra historia que contaré más adelante.

De momento nos tocaba poner en forma la casa para que cuando llegara el resto de la familia encontrara allí lo más parecido a un hogar, con camas (o al menos colchones para todos), vajilla… en definitiva, una casa limpia, ordenada y hasta con nuestros cuadros colgados. Así que fueron dos días de duro trabajo para adecentar la casa y montar muebles que nos habían buscado los hermanos de aquí.

Mención aparte merecen nuestros hermanos murcianos de misión, Luciano y Mamen, que se han desvivido por ayudarnos y hacer un poco más fácil nuestro “alemanizaje”. En su casa estuvimos de okupas Juan y yo hasta que el jueves ya nos atrevimos a dormir en nuestra propia casa. Era la prueba de fuego, puesto que al día siguiente venían todos. Pues bien, sobrevivimos a esa primera noche. ¡Todo estaba preparado para acoger a Esther y a los niños!

Aquí os pongo una foto de Luciano y un servidor.





miércoles, 30 de julio de 2008

¡¡¡¡Estamos de vuelta!!!!

¡¡Por fin estamos de vuelta!! Han pasado muchos días desde la última vez que escribí. Desde hoy tenemos teléfono e Internet. Han sido días de actividad frenética tratando de hacer de nuestra nueva casa un hogar.

Pero vayamos por orden; empecemos por el principio, porque hay multitud de anécdotas que contar.

Lo último que conté es que salíamos para Alemania. Nos íbamos Juan y yo en coche. Unos 2000 km, dos días, una parada en Marsella para pasar la noche, un TomTom recién regalado por la comunidad para llevarnos sin perdernos mucho... Pues bien, salimos con ánimo, charlando, con buena música, disfrutando de los paisajes y de las indicaciones del TomTom. A medida que transcurría el viaje y se acercaba la noche, el ánimo se nos iba acabando, el cansancio hacía mella, los peajes se sucedían sin fin. Camino de Marsella adelantamos miles de camiones que atraviesan esa ruta. Y al fin llegamos a las puertas de Marsella. ¡Por fin! Pero no iba a ser tan fácil alcanzar la casa de los hermanos que nos iban a alojar. Un atasco interminable cuando sólo nos quedaban 3 minutos para llegar (según el navegador) nos retrasó más de tres cuartos de hora. Eran casi las 11. Y entonces descubrimos que los navegadores no son tan de fiar como los venden, especialmente dentro de ciudad (eso sí, por carretera, una maravilla). Con el primer desvío por obras nos condujo por callejuelas inverosímiles por las que a duras penas pasaba el coche. Y tras un rato interminable de callejear por gran parte de la ciudad, nos metió en un túnel larguísimo para decirnos que allí mismo, dentro del túnel, estaba nuestro destino (¡¡Mande??!!). Y para más inri el túnel terminaba, cómo no, en un peaje. Así que llamé a casa de José Antonio e Inmaculada (los hermanos que nos iban a hospedar), y a duras penas conseguimos encontrarnos. El problema con el navegador es que no controla muy bien los túneles: la casa de esta familia estaba justo encima de donde estábamos en el túnel (pero se le pasó que no llevábamos tuneladora…). José Antonio se echó las manos a la cabeza cuando nos vio llegar con la furgoneta cargada hasta la antena. “¿Estáis locos?”, nos dijo, “a estas horas a ver dónde aparcamos esto para que no os lo desvalijen!!”. Pero como el Señor siempre lo tiene todo pensado y nos va preparando el camino, vimos una vez más su mano poderosa. Este hombre llamó al rector del seminario, que debía estar en el quinto sueño, y nos permitió dejar el coche en el patio del seminario. ¡Qué bueno es el Señor! Nos contaban que hace años otra familia llegó en las mismas condiciones, dejó el coche aparcado en la calle y por la mañana se encontró que le habían mangado hasta las fundas de las almohadas.

Esto es sólo el comienzo. Nos queda mucho por disfrutar de esta aventura. Una vez más, gracias por estar ahí.

viernes, 4 de julio de 2008

De mudanza

Dicen algunos estudios realizados por aseguradoras americanas, que cada mudanza reduce la esperanza de vida del hombre/mujer (seamos políticamente correctos) en 5 años. Pues bien, no es cierto. Y es que hay una gracia muy especial que nos está acompañando desde que comenzamos nuestra andadura como misioneros: la paz.
En condiciones normales, probablemente uno de los dos hubiera acabado con el otro. Porque la tensión, jaleo y estrés que conlleva todo esto supera los límites de la realidad. Y sin embargo aquí estamos, más chulos que un ocho.

Nuestro plan de ataque es el siguiente: el lunes por la mañana Juan, nuestro muchacho mayor, y yo saldremos en coche para Alemania, con la furgoneta cargada hasta las cejas (al más puro estilo marroquí). El viernes, día 11, Esther - ayudada por su hermana Noemí - y los niños tomarán el avión (de Cutreair).
Pues bien, en este comienzo hemos visto auténticos regalos del Señor. El que mi cuñada Noemí pueda venirse con nosotros a Alemania unos días para echarnos una mano en el viaje, ya es un milagro. Otro más: hoy me llamaba desde Francia un matrimonio que va también en misión (éstos a Taiwán), pero que tienen a sus padres en Marsella; pues bien, me ofrecían poder pasar en su casa la noche que estoy de viaje camino de Alemania. ¿Qué más se puede pedir? Bien, pues aún hay más: para que pueda aclararme por esas carreteras de tierras lejanas, nuestra comunidad nos va a regalar un TomTom. Parece que los caminos se allanan, ¿verdad?

Una vez en Ludwigshafen me tocará hacer los trámites indispensables para tener luz, agua, gas, teléfono... Y por supuesto, amueblar mínimamente la casa. Pero hasta en eso el Señor va por delante. Nos decía Luciano que en Alemania la gente se muda con cierta frecuencia, detrás del trabajo. Muchos muebles no se los llevan, sino que los sacan a la calle para que quien quiera tome posesión de ellos antes de que se los lleve el ayuntamiento. Pero nos comentaba que nosotros íbamos a tener a nuestra disposición todos los muebles de un par de casas: la de la suegra (recién fallecida) de un hermano de la comunidad de allí y la del párroco, que en breve se marchará. Luciano lo veía como un milagro. Yo soy un poco más... cauto, porque siento cierto repelús cuando pienso que voy a dormir en colchones... ya usados... por gente... que se ha ido... ;-D

Posiblemente la próxima entrada ya la escriba desde Alemania, cuando ya disponga de línea. Pero eso sí, seguro que está llena de aventuras (me temo que tendrá más de 250 palabras, que según David es el límite para mantener la atención del lector. Que se lo digan a Tolkien, Rowling y compañía...).

No os olvidéis de rezar por nosotros, por favor. Y gracias una vez más por estar al otro lado de la Internés.