jueves, 14 de mayo de 2009

Como un niño pequeño en brazos de su madre


En el oficio de lectura de este pasado miércoles se leía la carta a Diogneto.
Hablaba de los cristianos en el mundo. Y entre otras cosas decía:
"Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vida. [...] Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestra de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria ,pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo.
[...]
Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar."
Me sorprendía esta última frase. El resto lo estamos empezando a vivir. Pero la última frase me llamaba especialmente la atención, porque habla de la misión que tiene el cristiano, que todos tenemos, y que el Señor mismo nos ha confiado. Una misión de tal importancia que no nos toca a nosotros decidir cuándo empieza o cuándo acaba. El soldado que va a la guerra no decide cuándo acaba la guerra.
Hablaba en mi última entrada de que estábamos en un tiempo de intensa lucha. Lucha contra el demonio, qué duda cabe, que nos ha estado pintando de negro el futuro y metiéndonos miedo a través del dinero, el trabajo... las seguridades, en definitiva. En esa lucha estábamos al borde de la derrota, puesto que nos plateábamos muy en serio abandonar la misión por las dificultades, por la incertidumbre frente al futuro, por los sufrimientos.
Pero es cierto que la misión no es nuestra. Es mucho más grande que nosotros, mucho más importante. Por supuesto somos libres para decir en cualquier momento "hasta aquí hemos llegado". Pero creo que por encima de nuestros miedos y pesares, debe estar la fe y la confianza en el Padre bueno. Abandonarse en la Providencia no es un ejercicio sencillo. Pero como todo ejercicio, cuanto más lo practicas, más fácil sale. A nosotros el Señor nos concedió hace un año poder dar un salto en la fe (algo así como lo que hacen los trapecistas, que esperan que al otro lado del vacío haya unas manos que le agarren con fuerza y no le suelten). El Señor estuvo allí, al otro lado, actuando a través de nuestra débil fe.
Todo este tiempo ha sido fiel, se ha mostrado fuerte y potente. Ha provisto hasta ahora. ¿Por qué he de temer? ¿a quién temeré?, canta el salmista. Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?
La lucha está ahí, porque el demonio -que existe- está empeñado en hacer naufragar la misión. Quiere que nos vayamos. Que todo sea un fracaso. Una aventura. Una pesadilla.
Pero es cierto que el Señor provee. Unas veces, a través de cosas tangibles, como el dinero que me concedió al salir de Ericsson. Otras veces, mediante palabras. Este fin de semana pasado hemos estado de convivencia. No sabíamos de qué iba. Pero ciertamente el Señor nos sorprendió, cuando nos encontramos con unas catequesis que parecían hechas a la medida de la situación que estábamos atravesando (por culpa del dinero, por la tentación de buscar seguridades, por olvidar la historia que Dios ha hecho con nosotros...).
El Señor nos ha devuelto la paz. Es cierto que actúa. Nos lo ha demostrado una vez más.
Es nuestro padre. Nos ama tiernamente. Y desea que nos acojamos a su gracia, a su Providencia. Que nos dejemos cuidar y querer "como un niño pequeño en brazos de su madre", sabiendo que estamos en las mejores manos.
Para terminar, quería agradecer de corazón a mi hermana estos días que ha participado en la misión. Ha estado cuidando de nuestros hijos para que nosotros pudiéramos recibir esa palabra que tanto nos ha ayudado.
La evangelización no es cosa de unos pocos locos que lo dejan todo y se piran a hacer las américas. Detrás de esos "locos" hay una comunidad, un pueblo. Esa pueblo es también parte de la misión, es también evangelizador. Volviendo al símil de la guerra, un par de soldados solos en el frente no pueden combatir contra el ejército enemigo. Necesitan de todo un ejército detrás que les proteja, les arrope, les aliente, les acompañe, les alimente, les consuele, les tenga informados, les vende las heridas...
Como me escribía mi hermano Jesús, un gran sabio de nuestro tiempo:
"el Señor os ha traido hasta la Galilea de los Gentiles, una tierra en la que ya no existe la fe, ni la esperanza ni la alegría de la salvación. Alemania es tierra de misión para que se vea su acción y su potencia, es el medio que Dios ha dispuesto para darle gloria. Esta misión tan concreta ha sido prevista por el Padre desde toda la eternidad para esta comunidad de hermanos pobres y pecadores, siervos inútiles, vasos de barro; pero pese a todo, fuertes en Cristo, con un mismo espíritu, en comunión de bienes y de oración, para su conversión. La comunidad entera está en misión para que el alejado, el pobre de verdad, el que vive sin esperanza y en la muerte más profunda, viendo vuestras buenas obras, se convierta y crea y así se salve."
No dejéis de rezar por nosotros. Que la paz de Cristo resucitado inunde vuestros corazones.

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