Hoy he visto algo que me ha impresionado. Mira que este país siempre tiene algún detalle que me sorprende. Pero lo que hemos visto esta tarde, supera la ficción: ¡¡unos vecinos de por aquí estaban haciendo una barbacoa y tomando sus cervecitas en la entrada de su casa a 0 ºC!! ¡Pero qué valor!
Era noche cerrada. Veníamos de recoger a Miriam de casa de una amiguita de la catequesis de José. Y a la vuelta hemos visto algunos jardines con un montón de luces de Navidad, hemos parado el coche y nos hemos acercado caminando. Algunas casas aquí tienen una zona peatonal por delante o un pequeño jardín particular. Por supuesto, sin vallas, cercas, arizónicas o nada que se le parezca (los ladrones en este país han debido emigrar... a algún otro país de la UE). En la puerta de una de las casas habían montado un chiringuito, con sus mesas y una barbacoa. Allí estaban, charlando, como si fuera una cálida tarde de verano y apeteciera refrescar el gaznate mientras se hacen los choricitos y las morcillas. Pregunta para la reflexión personal: ¿qué otra cosa aparte de salchichas puede hacer esta gente en una barbacoa, si es lo único que saben sacar de un cerdo?
En fin, que aún estoy alucinando. Está claro. El hombre es capaz de adaptarse a cualquier clima y sobreponerse a la adversidad. Lo único que hace falta son ganas y una pizca de buen humor.
La mamá de esta niña llevaba días detrás de que nuestros hijos fueran a jugar a su casa, con su hija. Nos decía que sería muy bueno para los niños, para aprender el alemán mientras juegan. Muy loable, sí señor.
Pero quizá hay otra razón un poco más oscura detrás. Ya nos lo había dicho Luciano, nuestro hermano en la misión en Ludwigshafen. Por estas tierras hay muchos niños que están solos. Son hijos únicos. Lo tienen todo, pero están amargados porque no tienen a nadie con quien jugar. Y ciertamente lo hemos visto con nuestros propios ojos. Nos han invitado a pasar dentro. La niña nos ha llevado a su habitación. En dos palabras: im-presionante. Era como Disneyland en 20 metros cuadrados (sí, sí, porque vaya peaso habitación). Cientos de juguetes. Todo lo que un niño pudiera desear para pasarlo chupi. Todo ordenado, en su sitio, inmaculado. Hasta un perrito que parecía de juguete. El mismísimo Michael Jackson hubiera sentido envidia.
Pero el resto de la casa no le iba a la zaga. Todo perfecto, nuevo, de revista de decoración. El jardín, una preciosidad, con Blancanieves y los 7 enanitos entre el césped. El caballo que salía en la foto que colgué el otro día, el de la nieve, era de su jardín. En fin, una pasada. Estoy seguro de que al perrito le ponen patucos y bufanda para salir a la calle, jeje.
No obstante, a esta niña, a pesar de tener todo lo que pudiera desear, le falta algo: el calor de unos hermanos. Cuán cierto es aquello de que el dinero no da la felicidad. Alguno aclara: "no la da, pero ayuda un poco a conseguirla". ¿Seguro? Me da que no. Al contrario. El mismo Cristo lo decía bien clarito: o Dios o el dinero; "no podéis servir a Dios y al dinero". Parece mentira, pero cuanto más dinero tiene uno, más infeliz es. Y es que el dinero llama al dinero. Y hay que conservarlo. Y se tiene miedo a perderlo. Y a prestarlo, y mucho más a darlo. El hombre se hace egoista, se cierra en sí mismo y se aparta del prójimo. Y la soledad no es buena. No es nada buena.
Ayer salíamos por las casas a contarle a quien quisiera escucharnos las maravillas que hemos visto que Dios ha hecho en nuestras vidas. Salí con un hermano italiano, Fulvio, que habla más idiomas que en Eurovisión. Llegamos a casa de una muchacha. Veintitantos años. En el descansillo Fulvio le iba contando su experiencia de fe. Pero la chica tenía un gato juguetón que se le escapaba y se iba todo el rato escaleras abajo. Al final nos invitó a entrar. Tenía un hijo, su única compañía, junto con un par de gatos. Su marido la había abandonado tiempo atrás. Ella estaba luchando por salir adelante sola.
No es por vanagloriarme. Ni mucho menos. Pero cuando le conté un poco de mi vida, lo que el Señor había hecho en ella, cómo he visto su amor, su misericordia, cómo me ha cambiado el corazón... (todo ello traducido, claro está), vi cómo se le llenaban los ojos de lágrimas. Nos dijo que quería una fe como la nuestra...
Una vez más, la soledad. El cáncer de nuestra sociedad del bienestar y de la calidad de vida. Pero la gente vive y muere sola. Y luego hablan de la muerte digna. ¿Qué hay más digno que morir rodeado de las personas a las que amas?
Nosotros hemos descubierto una perla preciosa. Se llama Jesucristo. Nació y murió por amor. Pero está resucitado. Y nos ha abierto el camino de la Vida inmortal. ¿Qué miedo podemos tener? Decía San Cipriano en el oficio de lectura de hoy (una lectura que no tiene desperdicio!): "rechacemos el temor de la muerte con el pensamiento de la inmortalidad que la sigue. Demostremos que somos lo que creemos."
Y ese mismo Jesús que está vivo es el que nos acompaña en nuestro caminar, el que nunca nos deja solos. Y nos quita el miedo. No sólo a la muerte física, sino también a morir cada día para hacer Su Voluntad.
Recuerdo que alguna vez me han preguntado si no tengo miedo a perder el trabajo, a tener un nuevo hijo... Pues sí, lo he tenido. Pero hoy el Señor me concede sentirme libre. Precisamente porque me he puesto en sus manos. Y sé que Él lleva mi vida. "¿Quién nos podrá separar del amor de Dios?" Nada ni nadie. Están pagadas mis deudas. Mi caballo se impacienta. Me voy a todas partes.
Que Dios os bendiga. Me voy a planchar la oreja, que estas horas ya no son decentes...
UN REGALO Y UN DESEO
Hace 13 años