martes, 18 de noviembre de 2008

¿Llorando? No, orando

Hay quien considera la oración como el último recurso, como que, bueno, como ya no se me ocurre que más podemos hacer, rezaremos, a ver si con un poco de suerte... Es como si en el fondo no nos creyéramos que Dios existe, que puede actuar o que tenga poder para cambiar lo que nosotros no hemos podido; o como si estuviera ausente, como si fuera un viejo relojero que hace un reloj, lo deja en un estante y se olvida de él. Pues aunque parezca mentira conozco a muchos cristianos que piensan así. De ahí que la oración pierda su sentido.

A mí desde pequeño me enseñaron a creer en un Dios cercano, en un Dios que actúa en la historia de los hombres, todopoderoso pero a la vez misericordioso, que ve el pecado pero sobre todo el sufrimiento del hombre, que escucha al que clama. Por eso nunca he dejado de rezar.

Más tarde fui profundizando en la oración. Me enseñaron su importancia para tener intimidad con Dios. Su valor para luchar contra los malos pensamientos, contra las tentaciones, para levantarse después de las caídas. Y también su poder para interceder por otros. Que la comunión en la Iglesia y con los santos empieza por ella.
También aprendí que los que nos han precedido en esta vida, los que ya han corrido en el estadio, los que han combatido el buen combate de la fe --como dice San Pablo--, interceden por nosotros.

Pero todo es no dejarían de ser bonitas teorías si no hubiera experimentado en multitud de ocasiones que es verdad. Como muestra, un par de botones.

Hace unas semanas contaba cómo la oración de toda la familia por Miriam, que necesitaba una amiguita en el cole, dio fruto. Fuimos a la casita de la Virgen (réplica de la de Loreto) para pedir su intercesión. ¡Y vaya si intercedió! En unos días se echó una amiguita, Celina, y ahora son inseparables. Y eso que a duras penas se entienden...

Pues bien, vistos los resultados y dado que José también ha estado atravesando por una soledad durísima, donde los únicos que se le acercaban era unos niños con intenciones poco sanas, hemos estado rezando muchos días por él: por la noche, al acostarles; y por la mañana, de camino al cole.
Y de nuevo el Señor ha estado grande. El otro día empezó a llevarse al cole una pelota (que habíamos encontrado en el patio de la casa meses ha) y desde entonces se ha hecho imprescindible para sus compañeros, porque la última pelota que tenían la habían perdido y no tenían con qué jugar. Providencial, ¿verdad? Así que ahora vuelve contento a casa, porque por fin puede jugar en el recreo, no le persiguen e incluso alguno le ha acompañado hasta casa.

Pero lo gracioso fue cuando ayer por la tarde, arreglando el pomo de la puerta de la calle, vi al vecinito (más o menos de la misma edad de José, con el que va a catequesis). El niño se me quedó mirando y al fin se decidió a decirme algo. Como es normal, no pillé . A la segunda que me lo repitió entendí algo de una pelota. Así que pensé: "qué bien, hasta el vecinito quiere ahora jugar con José, con la de tiempo que queríamos que se relacionaran para que él también se lance a hablar alemán, etc etc". Así que llamé corriendo a José para que saliera a jugar. Los dos se quedaron mirando fijamente, inmóviles. José me miraba, el otro me miraba. Pensé que estaría interrumpiendo su espontaneidad, así que recogí las herramientas y me metí para adentro. Al cabo de un rato entraba José bastante contrariado, diciendo que no habían jugado a nada. (???) En fin, pensé, debe ser que los niños alemanes se lo pasan bien compartiendo el silencio (aunque doy fe de que no es lo que parece cuando salen del cole, como animalitos hambrientos recién liberados de sus jaulas...). El caso es que Esther y yo teníamos que ir a comprar, y al salir nos encontramos de nuevo con el vecinito, esta vez con su padre. El padre hablaba algo de inglés. Y nos pidió que si podíamos devolverle a su hijo la pelota, que se le había colado en nuestro patio. Se me quedó una cara de tonto... "Claro, le dije, tome". Imaginaos la reacción del pobre José: ¡le habíamos quitado su única arma para hacer amigos! Así que con las mismas buscamos una juguetería de urgencia, para comprarle otra pelota. Ya la tiene y todo sigue en su sitio. Bufff!!!

Bien, estas son experiencias que pueden parecer muy sencillitas, muy tontorronas. Para alguno no dejarán de ser casualidades. Para mí son una expresión clara del poder de la oración y de lo mucho que nos cuida el Señor, que está atento para atendernos hasta en los pequeños detalles.

Por eso cuando le digo a la gente "rezaré por ti" no es porque suene bonito o porque no sepa qué hacer o no tenga ganas de hacer nada más. Es porque ciertamente la oración tiene poder, es eficaz. Y el Señor nunca defrauda. Cuida del huérfano y de la viuda. Pero también del pequeño, del necesitado.

Porque también he visto que hay personas que, bien por su fe, bien por su inocencia o humildad, bien por la rectitud de corazón en su plegaria, obtienen con una rapidez increíble aquello que necesitan para sí o para otros. ¿Quiere decir eso que los que pedimos y pedimos y no obtenemos resultados visibles es porque tenemos poca fe? Bueno, en parte. Pero también es porque no sabemos qué pedir ni cómo pedir: muchas veces si nuestras peticiones fueran escuchadas arruinaríamos nuestras vidas; así de sencillo; y Dios lo sabe. Y como quiere lo mejor para nosotros, no nos lo concede.
En muchas ocasiones, cuando trabajaba en Ericsson, pedía el ser considerado, el llegar a ser algo, el tener un buen puesto. Sí, lo revestía de que podría ser un buen jefe, que cuidaría de la gente que tuviera por debajo. Pero en realidad lo que había en mi corazón era ambición. Ambición, sí. Y un orgullo que se resistía a no ser. Pues bien, ¿qué hubiera sido de mi vida si el Señor me hubiera concedido "ser"? ¿Dónde estaría ahora? Más que probable que aquí no. Me habría perdido la historia de amor que el Señor está haciendo conmigo, con mi esposa, con nuestros hijos.
Así que, cuando pido algo y el Señor tarda, ya sé que hay algo que anda mal en lo que pido. Seguro que Él tiene algo mucho mejor pensado para mí. Eso es descansar en la Voluntad del Señor. Y de verdad merece la pena. Porque ciertamente tu alma descansa.

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